sábado, 30 de junio de 2012

Cuentos hechos por niños

LA ISLA ENCANTADA DEL REY MELENA HACE MUCHÍSIMOS, PERO MUCHÍSIMOS AÑOS, EN UNA ISLA ENCANTADA, VIVÍAN TRES PRINCESAS, UN LEÓN LLAMADO MELENA Y OTROS ANIMALES SALVAJES. EN UN LUGAR LEJANO, EN OTRA ISLA, SE ENCONTRABA UN MALVADO GIGANTE, CON SU MASCOTA LLAMADA ROBERTO. PERO NO ERA UNA MASCOTA CUALQUIERA, NOOO, NADA DE ESO. LA MASCOTA DEL GIGANTE ERA… UN TIGRE. UN TIGRE MUY MALO, MUY EGOÍSTA Y ENCIMA ESTABA MUY CELOSO DEL REY MELENA, PORQUE ÉL QUERÍA SER EL REY DE LA ISLA. EL LEÓN ERA LLAMADO ASÍ POR SU GRAN CABELLERA DE COLOR AMARILLO CON UN POCO DE ANARANJADO, SU CUERPO ERA GRANDE, ROBUSTO. TENÍA UNOS COLMILLOS Y GARRAS ENORMES, PERO LO MÁS IMPORTANTE ES QUE ERA BUENO CON LOS OTROS ANIMALES, AMABLE Y COMPARTÍA TODO CON ELLOS. CIERTO DÍA, MIENTRAS EL REY Y SUS AMIGOS FESTEJABAN EL CUMPLEAÑOS DE LA GALLINA, EL GIGANTE Y EL TIGRE SE ESCONDIERON Y SORPRESIVAMENTE INTERRUMPIERON LA FIESTA. LAS PRINCESAS SE ASUSTARON MUCHO, Y LOS ANIMALES COMENZARON A CORRER POR TODOS LADOS PORQUE NO SABÍAN LO QUE ESTABA SUCEDIENDO, QUÉ INTENCIONES TENÍAN PARA ASUSTARLOS DE ESA FORMA. NUNCA ANTES LOS HABÍAN VISTO. EL LEÓN, COMO REY DE LA ISLA, INTENTÓ HABLAR CON ELLOS, PERO NO QUISIERON ESCUCHARLO, LE REPROCHABA QUE ÉL TENÍA MUCHOS AMIGOS, COMÍA TODOS LOS DÍAS, Y CONVIVÍAN FELICES TODOS EN LA ISLA. ELLOS, EN CAMBIO, SE ENCONTRABAN SOLOS Y SIN NADA QUE COMPARTIR. LAS PRINCESAS, AL ESCUCHAR LA CONVERSACIÓN, SE PUSIERON MUY TRISTES Y PENSARON…”QUÉ FEO DEBE SER ESTAR SOLO, SIN AMIGOS QUE TE ACOMPAÑEN”; ENTONCES DECIDIERON ENTRE TODOS, INVITARLOS A LA FIESTA, E HICIERON UN PACTO DE AMISTAD. EL GIGANTE Y EL TIGRE, SE PUSIERON MUY CONTENTOS, DE TENER NUEVOS AMIGOS, PERO SOBRE TODO APRENDIERON A COMPARTIR Y CONVIVIERON PARA SIEMPRE JUNTOS.
EL GRAN ZOOLÓGICO CIERTA VEZ, EN EL GRAN ZOOLÓGICO, EN UNA NOCHE SERENA, LOS ANIMALES COMENZARON A ALBOROTARSE. FUE CUANDO EL GRANJERO TOMÓ EL TRENCITO Y FUE A RECORRER EL LUGAR. ASOMBRADO VIO QUE LA MONA ESTABA MUY INQUIETA, EL PERRO LADRABA SIN PARAR Y LA LAGARTIJA NO ESTABA EN SU JAULA. FUE RÁPIDO A BUSCAR A LAS VETERINARIAS DEL ZOOLÓGICO QUE ESTABAN DESCANSANDO. MIENTRAS ELLAS REVISABAN A LOS ANIMALES, EL GRANJERO SIGUIÓ EN EL TRENCITO RECORRIENDO PARA VER QUE TODO ESTUVIERA EN ORDEN: FUE AL SERPENTARIO, AL ACUARIO, PASÓ POR LA LAGUNA DE LOS PATOS Y COMPROBÓ QUE TODO ESTABA BIEN. FUE A REUNIRSE CON LAS VETERINARIOS, ELLAS LE COMENTARON QUE LO ÚNICO QUE PASABA ERA QUE LA PICARONA LAGARTIJA MOLESTABA A TODOS MIENTRAS DORMÍAN, INTERRUMPIÉNDOLES EL SUEÑO. JUNTOS ENTONCES TOMARON UNA IMPORTANTE DESICIÓN: MUDAR A LA LAGARTIJA A UN LUGAR MÁS SEGURO DONDE YA NO PUEDA ESCAPARSE Y ASÍ LOS ANIMALES PODRÍAN VIVIR MÁS TRANQUILOS Y DESCANSAR COMO TODOS MERECEN. DESDE ESE ENTONCES, LA LAGARTIJA APRENDIÓ LA LECCIÓN: “NO DEBE MOLESTAR A LOS COMPAÑEROS, A LOS VECINOS”. DESPUÉS DE UNOS DÍAS, LOS ANIMALES, EL GRANJERO Y LAS VETERINARIAS LE DIERON UNA NUEVA OPORTUNIDAD Y COMO ELLA HABÍA APRENDIDO LA LECCIÓN PUDO CONVIVIR CON SUS COMPAÑEROS.
LA GRANJA DE MARÍA OCURRIÓ UNA VEZ, EN UNA GRANJA ALEJADA, DONDE EL RUIDO Y EL DESORDEN ERA COSA DE TODOS LOS DÍAS, UNA ANÉCDOTA DE TRABAJO QUE SIRVIÓ DE LECCIÓN. ALLÍ VIVÍAN MARÍA, LA GALLINA COLORADA, DE PLUMAS MUY SUAVES Y PICO DELICADO JUNTO CON OTROS ANIMALITOS Y EL ZORRO JOSÉ ALBERTO, FLACO, DE OJOS SALTONES Y PATAS LARGAS. TAMBIÉN VIVÍA ALLÍ EL FAMOSO GATITO MIRRIMIS. MARÍA HABÍA SEMBRADO GRANOS DE TRIGO Y LOS HABÍA CUIDADO CON ESMERO PARA QUE DIERAN FRUTOS. CUANDO POR FIN EL TRIGO ESTUVO LISTO, MARÍA PIDIÓ AYUDA A LOS ANIMALES DE LA GRANJA PARA COSECHARLO. TODOS COLABORARON MENOS JOSÉ ALBERTO Y EL GATO MIRRIMIS, QUE MIRABAN Y SE REÍAN AL VERLOS TRABAJAR. AL LLEVAR EL TRIGO AL MOLINO, TODOS LOS ANIMALITOS VOLVIERON A AYUDAR A MARÍA: HASTA LA TORTURA MARTINA, QUE ERA LENTA Y VIEJITA, PERO EL ZORRO Y EL GATO SE SEGUÍAN BURLANDO. LA HORA DE PREPARAR LA MASA PARA HACER EL PAN, TODOS COLABORARON, INCLUSO LOS SUAVES Y PEQUEÑOS POLLITOS BEBÉS. EL ZORRO HARAGÁN Y EL GATO MAÑOSO SEGUÍAN RIÉNDOSE AL VER A LOS ANIMALES ESFORZARSE. CUANDO EL PAN ESTUVO LISTO, LOS PRIMEROS EN LLEGAR A BUSCAR SU PORCIÓN FUERON EL ZORRO Y EL GATO; PERO POR SUPUESTO, NO LES DIERON. MARÍA, MARTINA Y LOS POLLITOS COMIERON FELICES DEL PAN PRODUCTO DE SU ESFUERZO, MIENTRAS LOS HARAGANES, CON OJOS SALTONES, MIRABAN DESDE LA VENTANA. FUE ENTONCES QUE JOSÉ ALBERTO Y MIRRIMIS APRENDIERON LA LECCIÓN: QUE SIN ESFUERZO Y DEDICACIÓN NADA OBTENDRÍAN.
Una tarde de verano distinta Joan Sosa Una mañana de verano muy calurosa, me desperté como a las diez. Me levanté, me duché y desayuné un vaso de leche bien fría. A la tarde salí caminando por la ciudad rumbo a la playa y al pasar por la casa de mi amigo “el Enano” me dijo: –¿Vas para la playa? Yo le contesté que sí y lo invité para que me acompañara. Él me preguntó si podía ir Josefina, su hija. ¡Sí, claro!, le dije yo. Marchamos los tres a la playa, él llevaba a Josefina sobre sus hombros, y yo llevaba la ballena inflable y una mochila de color negro. Llegamos a la playa, había mucha gente. Tiré todo y salí corriendo para tirarme al agua. Nadando y nadando… me pasé de la boya. Me di cuenta porque sentí el pitazo del marinero. Cuando me volvía sentí un fuerte dolor en la pierna, era un calambre, no podía nadar, me puse nervioso… menos mal que me estaban mirando los marineros. Uno de ellos rápidamente se tiró al agua a salvarme, mientras el otro llamaba a la Prefectura para que mandaran una ambulancia. Ya en la orilla empecé a reaccionar, me subieron a la ambulancia y me llevaron al Hospital. Me atendieron, pero yo ya estaba bien. Volví a la playa porque mi amigo estaba ahí todavía. Yo le pedí disculpas por el mal momento pasado. Él me dijo: –No pasa nada, pero tenés que tener cuidado, para eso está la boya, hay un límite que respetar, el agua es peligrosa. Yo me di cuenta que tenía toda la razón. Me preguntó: –¿Tomamos unos mates? Y así terminamos la tarde, tomando mate los tres juntos y comiendo tortas fritas.

Quiero un perro ¡Quiero un perro!- decía María al levantarse cada mañana, justo entre los buenos días y el desayuno. -¡Quiero un perro!- insistía María al llegar del colegio y antes de sentarse a comer. -¡Quiero un perro!- repetía María mientras su madre le daba la merienda. -¡Quiero un perro!- volvía a decir María ya en la cama, justo entre el último beso y el primer ronquido. Y así llevaba desde que tenía unos cinco años, dando la matraca, erre que erre y sin cansarse. Ni ella ni, al parecer, sus padres, que se negaban a regalarle un perro usando todas esas excusas que usan los mayores: que si es mucha responsabilidad, que si es mucho dinero, que a ver qué hacemos con él en vacaciones, que si hay que bañarlo, vacunarlo, alimentarlo, sacarlo de paseo, que si se iba a cansar a los dos días, que si patatín, que si patatán, que si esto, que si lo otro, que si lo de más allá… bueno, ya sabéis lo pesados que se ponen los padres. El caso es que, por mucho que lo pidiera, María seguía sin perro pero, para compensar, sus padres decidieron regalarle un precioso y aburrido pez de colores con el que no se podía jugar absolutamente a nada. María pasó aquella tarde con cara de aburrimiento, viendo al pececito girar y girar y girar, mientras ella pensaba en la manera de conseguir un perro por su cuenta. Y cuando el pez de colores iba por la vuelta dos mil quinientos veinticinco y medio, María tuvo una estupenda idea que decidió poner en marcha de inmediato. Cogió el pez, la pecera, la comida para el pez y se largó corriendo a casa de su amigo Nico (bueno, corriendo no, que entonces se le caería el agua de la pecera, más bien caminando muy deprisa). Nico tenía una tortuga que le había regalado su tío Roberto, que no estaba mal pero él, manías suyas, hubiera preferido tener un pez… Un pez que le habrían comprado si su tío no le hubiera regalado la dichosa tortuga. De modo que cuando Maria le ofreció cambiar el pez por la tortuga, Nico no lo dudó, le entregó a María la tortuga y su terrario, cogió el pez y la pecera, se intercambiaron las comidas y cada uno se marchó por su lado la mar de contentos. Pero la historia continúa… Al día siguiente, María cogió tortuga y terrario y se fue tarareando y dando saltitos (hasta que la pobre tortuga acabó completamente mareada) a casa de su amiga Natalia. Natalia tenía un hámster, un hámster precioso y muy listo pero le había cogido mucho miedo desde una vez en que lo quiso coger y el hámster, enfadado, le lanzó un mordisco. Así que cuando María le ofreció cambiar el hámster por la tortuga, Natalia le dijo que sí sin pensárselo ni dos segundos. María estaba contentísima porque todo parecía ir viento en popa. Al otro día, María cogió la jaula del hámster y se fue a toda prisa a casa de su amigo Juan. Juan tenía un precioso, blanco y muy estirado gato. A Juan le habría gustado mucho el gato que le había regalado su tía Engracia… sino fuera porque, gracias a él, había descubierto que era alérgico a estos preciosos felinos, así que estuvo encantado de cambiarlo por el pequeño hámster que María le ofrecía. María estaba tan cerca de conseguir lo que siempre había querido que no pudo esperar ni un día más y, cogiendo la jaula del gato, salió corriendo a casa de Marga. A Marga le habían regalado un perro, un precioso pastor inglés, de esos que tienen un flequillo tan gracioso, un pequeño cachorro que encantaba a todo el mundo… excepto al hermanito de Marga que tenía un miedo tremebundo a los perros de modo que, cuando María le ofreció cambiar su perro por el gatito de Juan, Marga aceptó enseguida. En ese momento María se sintió la niña más feliz del universo. ¡Por fin tenía el perrito con el que siempre había soñado! Era tan feliz que casi había olvidado que sus padres no querían perros en casa… casi. María entró en su casa con el perrito en brazos, algo asustada por si la obligaban a deshacerse de él pero decidida a pelear para que le permitieran quedarse con él. Fue directamente al salón y, tras la sorpresa y la lluvia de preguntas, contó todo lo que había hecho para conseguir aquel cachorrillo. Sus padres se quedaron muy callados durante un buen rato y luego pidieron a María que fuera a su dormitorio donde la niña esperó jugando con el perrito y temiendo lo que pudieran decirle. Al cabo de un rato, sus padres la llamaron. María acudió, preocupada y preparada para recibir malas noticias, pero sus padres la esperaban sonrientes y le comunicaron que, viendo lo mucho que lo deseaba y lo mucho que había trabajado para lograrlo, habían decidido que podía quedarse con el perro. Y entonces sí que María gritó y saltó y bailó de alegría. ¡Por fin había logrado su pequeño gran sueño! Fin

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